En la bahía de Nápoles hay tres pequeñas islas, dos que la cierran por el norte y Capri, en la parte sur, casi una prolongación de la península sorrentina. Es una isla conocida, superfamosa y de una gran belleza, especialmente los peñascos que la circundan. Por eso las excursiones, como la que hicimos, incluyen una vuelta en barco alrededor.
Y como prueba, la imagen de algunos de los enormes peñascos que la erosión ha separado de la isla. Quizás por ello docenas de barcos surcaban sus aguas la mañana de lunes que dedicamos a conocerla.
En tamaño es una isla pequeña, diez kilómetros cuadrados, con unos 15.000 habitantes. Poblada desde la antigüedad y antes (neolítico), adquirió enorme desarrollo y prestigio en la época romana. Ya en el siglo XIX, la presencia de escritores y personajes conocidas disparó su fama, que ha continuado a los largo del siglo XX y en la actualidad. Escritores y políticos como Pablo Neruda, Curzio Malaparte, Lenin o Máximo Gorki han estado vinculados a la isla, también pasó por allí Vladimir Lenin y tiene una mansión la cantante Mariah Carey.
Con estos antecedentes, no nos resultó extraño que hubiera demanda de billetes y que el barco saliera lleno de Sorrento. Fueron 62 euros por el trayecto más el recorrido perimetral. Ofrecían otros servicios para conocer el interior, que desechamos.
Tuvimos que madrugar un poco para estar en el puerto a las 9:30, donde nuestra guía nos relató el plan a seguir.
Fueron muchas explicaciones previas, aunque luego todo fue a menos pues el objetivo era añadir la excursión por tierra a lo ya contratado.
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Vista de Capri desde el barco a la llegada |
Capri es realmente una isla bonita, bastante verde y montañosa, con alturas de casi 600 metros. Sus casas blancas contrastan y componen una imagen de encanto.
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Los farallones, imagen icónica de Capri |
Una vez en el puerto de Capri, Marina Grande, nos cambiaron a otro barco más pequeño para hacer un recorrido náutico alrededor de la isla. Lucía un sol espléndido y la temperatura se acercaba a los 30 grados.
Fue un rato de lo más agradable, en ocasiones por la belleza de los farallones, otras por las cuevas creadas en su agreste costa por la presión del mar y en todo momento por el perfil de la propia isla. Inevitablemente, nos vino a la mente la playa de As Catedrais, en A Mariña lucense.
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Una de las cuevas de Capri, siempre con embarcaciones rondando |
Nuestra guía, Rosella, nos iba dando información sobre la isla a retazos, en inglés y español principalmente, tanto de la gente que por allí pasó (añadir Churchill o una villa de Sofía Loren a los ya citados), como de las cuevas existentes. Hay algunas excursiones que penetran en su interior con embarcaciones ligeras, pero a veces se complican con la marea y duran muy poco tiempo para el esfuerzo que implican.
Resultó relajante ir tumbados en una esquina del barco, protegidos del sol y contemplando semejante maravilla de la naturaleza. A mitad del recorrido, hubo una parada para que los que quisieran se dieran un baño, que un buen grupo secundó.
Ciertamente, rodeados de gente y de más barcos (de otra manera sería imposible), muchos detenidos donde había cuevas llamativas.
Como suele ocurrir, pasado un rato casi te acostumbras y empieza a parecerte normal semejante despliegue de belleza, pues está realmente concentrada. Por eso Capri recibe cerca de 3 millones de turistas cada año y en temporada alta hasta 30.000 diarios, el doble de su población.
Sin duda, los farallones son un lugar de lo más especial y de él cuentan la leyenda de los Romeo y Julieta locales, pertenecientes a dos familias principales enfrentadas y que se veían allí a escondidas, pero una tormenta los hizo desaparecer.
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Hotel colgado de una roca en la costa de Capri |
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Faro de Punta Carena |
En la punta oeste se la isla se encuentra este faro junto al que pasamos, data de 1862 y es el segundo más luminoso de Italia después del de Génova. Al lado existe un mirador en el que es
obligatorio besarse, una costumbre que busca convertir a Capri en destino para los enamorados.
En la foto anterior, se aprecia el volumen de embarcaciones ubicadas a la entrada de la famosa
Gruta Azul.
Contemplando el paisaje y escuchando comentarios sobre leyendas y visitantes, se pasó casi sin enterarnos la hora larga de viaje por los 17 kilómetros del perímetro de la isla.
No hace falta esforzarse para entender que desde mediados del siglo pasado la
jet set escogiera esta isla como uno de sus destinos preferidos.
Pese a ello ha logrado mantener a salvo su arquitectura urbana, complementada con restaurantes y hoteles de lujo y abundancia de tiendas de gama alta.
Desembarcados en Marina Grande, subimos hasta Capri en el funicular, tras aguardar una larga cola.
También se puede hacer andando o en taxi, pero decidimos lo más novedoso.
La localidad de Capri es una pequeña y agradable población volcada en su totalidad en el turismo, algo ya visto en Amalfi y Sorrento, pero aquí más acentuado.
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El típico taxi de Capri, descapotable y con seis plazas más el conductor |
Calles estrechas en su mayoría, tiendas de todo tipo, servicios para el viajero, restaurantes, en fin, lo habitual en estos casos.
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Edificio municipal de Capri |
En el paseo por el pueblo entramos, pagando, en los jardines de Augusto, desde se disfruta de excelentes vistas de 180 grados.
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La costa desde los jardines de Augusto |
Fueron creados por un alemán, F.A. Krupp, quien a principios del siglo XX se construyó allí una casa, y están formados por varias terrazas en descenso.
Recorrimos sus calles y callejones, disfrutamos del panorama en alguno de sus miradores y empezamos a pensar en como llegar hasta Anacapri, la segunda localidad, que no queríamos perdernos.
Sorprenden algunas de sus callejas, que a veces discurren bajo cubierto.
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Escultura moderna en un mirador |
Finalmente, decidimos acercarnos a Anacapri en un autobús público, de un modelo pequeño, que se desplazan haciendo paradas cada poco. Comprobamos que la carretera era angosta y que en ocasiones este calificativo podía resultar generoso. En otras palabras, que a veces había que parar para dejar paso al vehículo contrario y los colapsos era frecuentes. Por la tarde descubriríamos que la congestión podía ser aún mayor.
Llegados a Anacapri, que parecía mucho más tranquilo y con menor presión turística, el grupo se dividió; tres decidieron subir a la cumbre del Monte Solaro (589 metros, el punto más alto) en telesilla y los demás callejear.
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Telesilla que te lleva al monte Solaro en unos quince minutos |
Había cola para el elevador, pero iba rápido. Un empleado te empotraba en la silla y a por el siguiente, a ritmo de cadena de montaje de automóviles.
Una vez acomodados en el asiento, un ratito de disfrute con el paisaje a vista de pájaro. El regreso fue todavía mejor ya que el mar y Anacapri estaban de frente.
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Espectacular vista desde el monte Solaro, Capri entera a nuestros pies |
En la cumbre existe un amplio mirador con un bar restaurante, ambos muy concurridos. Y las vistas a 600 metros por encima del nivel del mar, fuera de lo común.
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Farallones vistos desde lo alto del Monte Solaro |
Y como en otros sitios de la isla, desde aquí divisamos también farallones. Sin duda, la roca caliza de Capri facilita la erosión y el trabajo del mar, que puede así moldear figuras casi a su gusto.
Bajamos en el funicular todavía más contentos con Anacapri a nuestros pies, literalmente, y el mar un poco más allá. Después, tras reunirse el grupo, a volver a Capri para tomar el barco de regreso.
Pero lo que debía haber sido un trámite se complicó bastante. Larga cola en la parada y el autobús que no venía. Comprobamos que la circulación estaba detenida y no sabíamos bien que hacer pues el tiempo apremiaba para la hora en que teníamos que pillar el barco de regreso a Sorrento. Los siete no cabíamos en un taxi (¡sobraba uno!) y dos taxis parecían demasiados ya que el bus estaba pagado. Además, el atasco afectaba a todos los vehículos, al parecer por un accidente. Cuando al rato llegó el bus y pudimos entrar (alguno pasó sin parar, estaba lleno), el viaje fue lento, en algunos puntos solo entraba un coche y nadie cedía el paso. Resultado, cuatro en el bus y tres en taxi que, además, compartieron con otra pareja. El grupo del bus llegó antes y logró que el barco esperara unos minutos por los demás. Un final acelerado para un día de lo más agradable.
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El sol en el ocaso volviendo de la isla de Capri |
Como compensación de la tensión final, una preciosa puesta de sol en el barco de regreso con la isla de Capri al fondo. En la vuelta nos tocó un barco lento, que empleó una hora cuando por la mañana fueron solo 30 minutos.
En el aspecto gastronómico, el día terminó bien. Elegimos una trattoria,
Nalu, en la céntrica plaza de San Antonino, una excelente opción. Trato excelente y amabilísimo, la comida muy buena y el precio razonable. A cambio, al llegar a casa no funcionaba la calefacción, que poníamos solo un rato por la noche para eliminar la sensación de humedad. Maurizio, el casero, compareció raudo y aunque prometió una solución en diez minutos al final fueron sesenta, pero llegó. Y así pudimos ducharnos.
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