Los alrededores de Nápoles son un recurso turístico de primer orden. A la relevancia de la ciudad y la proximidad del Vesubio y Pompeya (y Herculano) se añade la vecindad de la costa amalfitana, con Amalfi y Positano, espectaculares, colgando sobre el mar y, muy cerca, la isla de Capri. Por medio se encuentra Sorrento, en cuyas inmediaciones establecimos nuestro campamento para la primera semana en el sur de Italia.
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Acantilados junto a Sorrento, en el extremo sur de la bahía de Nápoles |
Alquilamos una casa en las colinas, a pocos kilómetros de Sorrento debido a los altos precios, elevados en la zona incluso a mediados de octubre. Aún con el otoño avanzado, había muchos turistas, colas, restaurantes llenos y las carreteras (pocas y estrechas) congestionadas con frecuencia, tanto que nos acostumbramos a convivir con los atascos.
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Hotel de lujo sobre un acantilado en Sorrento |
Sorrento es una pequeña ciudad, turística pero agradable, con un centro comercial e histórico que se disfruta y una calle peatonal, Corso Italia, destinada al paseo y a las compras. El día siguiente de nuestra llegada lo dedicamos a recorrerla y de paso enterarnos de los numerosos tours y excursiones por los alrededores, Amalfi y Positano entre ellos, también Capri, así como el funcionamiento del barco a Nápoles. Ante la situación del tráfico y por las numerosas zonas ZTL (tráfico limitado) nuestra primera opción fueron los barcos que partían del puerto de Sorrento.
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Grandes escaleras para salvar los barrancos definen el litoral de Sorrento |
Sorrento se levanta en un lugar inverosímil (aunque no tanto como Amalfi y Positano) y da nombre a la península sorrentina, un amplio y montañoso brazo de tierra que cierra por el sur la bahía de Nápoles. Sorrento encara Nápoles; Amalfi y Positano, del otro lado de la península, ya están frente al mar abierto.
Estar sobre acantilados que a veces interrumpen enormes barrancos ha condicionado esta bonita localidad de unos 15.000 habitantes. De una parte, llegar al mar no es sencillo y solo posible mediante largas escalinatas. De otra, no hay avenidas y la circulación suele ser complicada, máxime con la cantidad de autobuses y vehículos turísticos que la recorren. Tampoco abundan los aparcamientos, por lo que estacionar es complicado... y caro. En el que usamos esos días, la tarifa de 3 euros/hora nos hacía pagar cada tarde ¡33 euros por la jornada!
Como turistas voluntariosos y entusiastas, por lo demás aficionados a caminar, asumimos con buen gesto las dificultades de movilidad.
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Puerto de Sorrento, base de excursiones turísticas. Al fondo, el Vesubio |
Casi cada día descendimos la escalinata para llegar al puerto, combinable con una larga cuesta, que permitía seguir viendo la bahía. Era una estrecha acera usada por los turistas y había que esquivar coches y autobuses en un vial de dimensiones reducidas.
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Aparcamiento de motos junto al puerto, estaban por todos los lados |
El movimiento en la ciudad era intenso, no parecía temporada baja. Tuvimos suerte, hizo buen tiempo, y las calles y las terrazas estaban a rebosar.
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Zona de baños de Sorrento, artificial ya que no hay playas |
Por el borde marítimo, en lo alto del acantilado, se disfruta un atractivo panorama con Nápoles y el Vesubio al frente; el puerto y los acantilados de Sorrento a ambos lados.
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Plaza central de Sorrento |
Pasear por el centro de la ciudad resulta agradable, con su aspecto un tanto provinciano, como de una villa turística hace unas décadas. No hay hoteles mastodónticos ni multitudes, sí mucha gente y abundantes hoteles medianos y pequeños. Indudablemente, el turismo es básico en esta zona.
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Momento boda en Sorrento
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Duomo de Sorrento |
En nuestros paseos por la ciudad a lo largo de esa semana encontramos tiempo para visitar la catedral, impresionante por dentro, bastante anodino el exterior. Data del siglo X aunque fue reformada en estilo románico en el XV.
En la parte próxima a la puerta exhibían un enorme belén que claramente supuso un gran trabajo, por su tamaño, casi un retablo con docenas de figuras y construcciones.
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Mármoles y decoración en el Duomo de Sorrento |
Espectacular por su decoración con vistosos mármoles, arcadas, pinturas en paredes y el techo, trabajos en marquetería, el resultado es de una gran belleza.
El segundo templo relevante de Sorrento es la basílica de San Antonio Abad, su exterior tampoco se corresponde a la imagen que usualmente ofrecen los templos. Está dedicada al patrón de la ciudad, cuyos restos alberga en una cripta. Hay pinturas que representan el milagro más conocido de San Antonio, que salvó a un niño tragado por una ballena.
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Huesos de ballena en la iglesia de San Antonio |
Y en la entrada se muestran unos huesos de ballena, que relacionan con el acto milagroso.
Pero lo que verdaderamente engancha al turista es pasear por sus calles, muchas de ellas estrechas y empedradas, de una ciudad con historia desde sus tiempos de colonia griega, después ciudad romana y más tarde sujeta a los avatares de la historia ya más cercana y conocida. Incluidos los dos siglos, XVI y XVII en que todo el sur de Italia y Sicilia fue un virreinato español, de lo que hoy existen bastantes recuerdos.
Como no es grande y su centro resulta abarcable, en ese primer día nos hicimos una idea de lo que es Sorrento, y lo seguiríamos paseando en jornadas sucesivas.
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Almorzando en una terraza en Sorrento |
Casualidades de la vida, los siete viajeros gallegos nos encontramos en Sorrento con una pareja de Vigo, Manolo y Pilar, que pasaban igualmente unos días por la zona y habían llegado desde Nápoles. Con ellos charlamos de nuestras vidas (hacía tiempo que no nos veíamos), comimos en un restaurante elegido sin mucho buscar, que estuvo bien, y después de un paseo y un chinchimonis los acompañamos a tomar el tren para Nápoles.
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El grupo de viajeros con Manolo y Pilar (primero y tercera por la izq.) |
Con ellos inevitablemente hablamos también de un acontecimiento reciente en Vigo, el fallecimiento de un amigo común de muchos años, ocurrido cuando ellos ya salían de viaje.
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El Vesubio, al fondo, y los acantilados de Sorrento |
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Plaza central de Sorrento
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Puesta de sol desde los acantilados de Sorrento |
Y con estas tres imágenes de Sorrento cerramos el capítulo de esta ciudad con historia, presencia en el cine (aquí han rodado películas Vitorio de Sica o Pierce Brosnan), en la literatura (la novela de Pérez Reverte "El tango de la vieja guardia" transcurre parcialmente en Sorrento), y en la que hace un siglo residió el escritor ruso Máximo Gorki durante seis años. Sin olvidarnos de la música, ya que todos conocemos canciones en las que de una forma u otra aparece Sorrento, como
"Torna a Surriento", genialmente interpretada por Pavarotti.
AMALFI
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Pequeña isla que aparece en el trayecto de Sorrento a Amalfi |
Salimos para Amalfi de mañana en una excursión que solo incluía el barco hasta allí, un segundo a Positano y finalmente el regreso a Sorrento (45 euros persona). Era necesario adquirir este tour ya que si no resultaba imposible el trayecto entre Amalfi y Positano. Fueron tres rutas cortas, en una jornada soleada y agradable. Existía la opción de ir en coche, pero la ZLT, la estrecha carretera a través de la montañosa península y las dificultades casi insalvables para aparcar en ambas villas nos hicieron ser conservadores y optar por el barco. Y eso pese a disponer de coche para los quince días. Fue la decisión correcta, y lo comprobamos en Positano, donde presenciamos las dificultades para acceder en coche, el atasco y la inviabilidad de estacionar.
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La costa amalfitana es extraordinariamente escarpada |
Esta casi obligación de acceder en barco complica la visita y, paralelamente, encarece los billetes, pero se trataba de una excursión obligada.
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Un mar tranquilo nos acompañó hasta Amalfi |
Amalfi es una pequeña villa colgada sobre el mar de unos 6.000 habitantes, pero el dato puede resultar engañoso: tiene una larga historia desde su fundación por los romanos en el 339, y medio milenio después era una importante república independiente de 70.000 habitantes. Por aquel entonces se convirtió en una de las cuatro repúblicas marítimas que rivalizaban por el control del Mediterráneo (junto con Venecia, Génova y Pisa).
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Imagen que recibe el viajero al desembarcar en Amalfi |
Obviamente, esta pujanza es cosa de un pasado lejano, pero algo se adivina a la vista de los edificios de la villa, propios de una ciudad relevante. Y pronto veríamos el Duomo, su catedral, del siglo IX, aunque tres siglos antes ya disponía de obispo.
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Llamativa escultura frente a la playa de Amalfi |
Amalfi permite dos rutas para conocerla: seguir un pequeño paseo litoral que pronto se torna cuesta o internarse por sus estrechas calles, opción esta última que fue inicialmente la elegida.
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El puerto de Amalfi, atestado de turistas |
Tardamos como una hora en llegar desde Sorrento, un trayecto que se hizo corto por la belleza del paisaje. Desembarcamos y pronto nos internamos por sus callejas interiores, que desde el barco da la impresión de que no existen: aparentemente es solo un frente urbano litoral pegado a la montaña, pero no.
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Animadas calles de Amalfi un martes por la mañana en octubre |
Una estrecha y concurridísima calle nos llevó a las cercanías de la catedral. Era pronto todavía, pero las terrazas estaban a rebosar y había infinidad de tiendas de todo tipo destinadas al visitante (comida, ropa, recuerdos, mucha cerámica). La impronta de los edificios deja claro que hubo un pasado en el que Amalfi era importante.
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62 escalones separan la catedral de la plaza |
El Duomo aparece de repente en el lateral de una pequeña plaza, con una larga escalera frontal como vía de acceso. Está dedicada al apóstol San Andrés, cuyas cenizas reposan en su interior. Construida en estilo románico árabe-normando, con diversas modificaciones posteriores usando elementos góticos, bizantinos y barrocos.
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Frontispicio policromado de la catedral con arabescos |
La catedral de Amalfi tiene una historia más compleja de lo habitual: la fecha del siglo IX es la fijada para la construcción de esta iglesia, pero al lado existía otra basílica, la del Crucifijo, con la que se fusionó, resultando el Duomo que hoy conocemos.
El espectacular y altísimo campanario es una de sus señas de identidad con su evidente mezcla de estilo románico y morisco.
El atrio de la catedral, amplio y con arcadas, permite hacer la cola con comodidad. Y mientras estabamos allí contemplamos su espectacular puerta de bronce.
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Puerta de bronce de la catedral |
La puerta, fundida en Constantinopla, es uno de los valores del recinto. De bronce, está adornada con imágenes de la Virgen, Cristo y algunos santos. Fue financiada por un mercader a mediados del siglo XI.
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Claustro del Paraíso, antiguo camposanto |
Anexo a la catedral está el claustro del Paraíso, construido al derribarse una de las naves de la basílica primitiva. Ordenó edificarlo un arzobispo en la segunda mitad del siglo XIII y su destino inicial era el de cementerio de ciudadanos ilustres, que disponían de seis capillas. Actualmente solo quedan cinco sarcófagos decorados con figuras mitológicas.
Y como en Sorrento, los techos están decorados con pinturas, molduras creando dibujos y diversas figuras.
Desde la catedral subimos un rato por una empinada cuestas a través de la calle principal, estrecha y llena de gente, lo que no impedía que entre la multitud lograran colarse motos. Un desorden establecido y asumido que parecía funcionar sin problemas. En la parte alta de la población existe un Museo de la Carta (papel), que al parecer fue una especialidad de esta villa.
De regreso a la zona litoral, paseamos por la calle/carretera parasdisfrutar de una ciudad tan atractiva en la que en el pasado recalaron personajes como Ibsen, Wagner o San Francisco de Asís.
Muy cerca del lugar donde atracan los barcos que conectan Amalfi con Sorrento y posiblemente Nápoles hay una modesta playa de arena oscura.
Como es habitual en Italia, está dividida entre una parte privada, llena de hamacas y sombrillas, al servicio de los hoteles, y otra pública, normalmente menos atendida.
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Playa de Amalfi, a la izquierda la zona privada con hamacas y tumbonas |
Y la frontera entre ambas nunca pasa desapercibida, algo que a los españoles, donde el litoral es siempre público, nos parece algo chocante y nada envidiable.
Cuando nos cansamos de disfrutar de Amalfi, calculando disponer de suficiente tiempo para recorrer Positano, bajamos al muelle a fin de esperar la llegada del barco.
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Vista de Amalfi desde el barco que nos llevaba a Positano |
Antes de marcharnos disfrutamos con un helado de limón, la fruta más característica de Amalfi y esta zona, que se ve por todos lados en la cerámica, en ropa o útiles de cocina, y también se utiliza en el digestivo local muy famoso, el limoncello. Realmente estaba muy bueno.
POSITANO
Positano está cerca de Amalfi (20 minutos tardamos en el barco) y es otra villa de características similares, y de hecho en su día formó parte de la República Amalfitana. Ambas localidades y la costa en la que se encuentran son Patrimonio de la Humanidad de la Unesco desde 1997, que ha considerado su paisaje mediterráneo como un valor excepcional así como la conservación de la naturaleza armonizada con las actividades de sus habitantes
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Positano, otra villa casi vertical y colgada sobre el Mediterráneo |
Positano igualmente cabalga sobre el mar con un tejido urbano complejo, adaptado al paisaje y por tanto con calles estrechas, empinadas y nada rectilíneas.
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El hombre ha logrado asentar una ciudad en una abrupta montaña |
Como Amalfi, es un lugar de gran belleza aunque quizás menos señorial. Se sabe que décadas toda la zona era un lugar pobre que forzaba la emigración de muchos de sus vecinos, sobre todo a Estados Unidos, situación que en parte revertió el turismo.
Rápidamente nos pusimos en marcha para callejear y tratar de descubrir sus rincones más atractivos.
Imitando a Amalfi, encontramos numerosas obras de arte decorando calles y esquinas.
Y en general unas calles quizás un poco más tranquilas, con una menor presión de visitantes. Pero ni mucho menos vacías.
Empezamos a ascender, encontrando casas pegadas a las rocas, encaramadas unas sobre otras, pese a lo cual han conseguido articular algunas calles, pocas, aptas para vehículos.
Aunque al pasear no se percibe, desde la parte superior descubrimos que para ello han utilizado columnas y apoyos para unos viales artificiales elevados sobre el terreno. Única forma de que permitan el paso de coches y el paseo de viandantes. Llegamos hasta el punto donde entraban los coches provenientes de Sorrento: estaban detenidos, en cola, y se movían muy lentamente. Y después tenían que buscar sitio para aparcar, que (casi) no existe. Acertamos al usar el barco.
No cabe duda de que es un lugar cuidado, mimado incluso, con alguna calle cubierta con vegetación, una alegría para la vista y en los momentos de calor sin duda un alivio.
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Calle emparrada en Positano |
Por sus en ocasiones estrechas callejas circulaba(mos) una masa de turistas entre puestos de artesanía, locales de cerámica, bares y restaurantes y mucha limpieza.
De fondo siempre el mar, o la montaña, y una gran tranquilidad pese a la gran cantidad de personas.
Terminado el paseo bajamos al mar y por una pequeña pasarela fuimos bordeando la playa, más grande que la de Amalfi, pero fundamentalmente guijarros. En determinado punto, un camarero nos advirtió que a partir de allí era zona privada, de su establecimiento, y que no podíamos seguir: ¡Italia!
No quedó otra que dar la vuelta, y fue una suerte. Al otro lado de la playa tomamos una acera pegada a la montaña que poco a poco fue elevándose siempre con vistas al mar y villas a ambos lados.

Tras unos cientos de metros un pequeño túnel horadado en un gran peñasco permitía el acceso a un hotel, y sin problemas nos instalamos en una terraza.
Más que una jornada turística, fue un día descubriendo dos espectaculares y tranquilas villas mediterráneas, en las que hacer no hicimos nada más que pasear y mirar, disfrutando. Un gustazo.
Ya por la tarde, bajamos a la zona portuaria a esperar nuestro transporte a Sorrento, que llegó puntual.
Dijimos adiós a la costa amalfitana y con el sol en descenso embarcamos. Llegados a Sorrento decidimos cenar de inmediato por el centro, ya que nos habíamos saltado la comida con un aperitivo y una pequeña tapa.
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Fritura de pescado en el restaurante Basilicata |
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Tagliata de carne con rúcula y queso |
Por la zona céntrica de Sorrento nos instalamos en
La Basilica, un restaurante bien puesto y con una carta de vinos que apabullaba: era un libro grueso, con docenas de páginas y referencias sin fin, cientos, como nunca habíamos visto ninguno de los comensales. Por cierto, en algunos caso con precios sorprendentes de cuatro cifras. Y en las paredes, vitrinas y enormes refrigeradores para vinos. La comida estuvo bien y los dos platos de las imágenes nos gustaron tanto que los repetimos con distintas versiones en varios restaurantes.
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