Estando tan cerca, la visita a Nápoles fue inmediata: el primer día Sorrento, en cuyas inmediaciones estábamos alojados, y al siguiente Nápoles, la gran capital del sur y famosa por muchas cosas, algunas de ellas sin duda negativas. Como hicimos con la costa amalfitana, elegimos desplazarnos en barco y librarnos de los previsibles conflictos con el coche (atascos, complicaciones en una ciudad difícil, aparcamiento). Con el transporte marítimo desembarcamos en pleno centro y luego nos movimos a nuestro aire: primero un recorrido general en un autobús turístico y a continuación caminando por el centro.
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Calle de la zona céntrica y antigua de Nápoles |
En poco rato confirmamos la veracidad de los comentarios sobre la ciudad, principalmente de su casco central. Una urbe complicada para el tráfico, llena de gente y de turistas, no limpia precisamente y con una imagen de desorden. Paralelamente, es Patrimonio de la Humanidad desde 1995 por sus monumentos y ha jugado un papel clave en Italia en cuestiones de literatura, música, cocina o teatro. Con un millón de habitantes, es la tercera en población del país (detrás de Roma y Milán) y son conocidos sus problemas en materia de seguridad y de higiene urbana. Esto último lo aprecia cualquiera que la visite, pero en lo relativo a seguridad, en nuestro caso todo fue a la perfección.
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El Vesubio siempre vigilando Nápoles, o quizás al revés |
El barco nos trasladó en una mañana luminosa atravesando la enorme bahía, tan luminosa que hasta el Vesubio era perfectamente visible, lo que no ocurre todos los días. Previamente padecimos una cierta desorganización y retraso mientras lo esperábamos. Tarifa: 33 euros ida y vuelta por un trayecto de 40 minutos.
El barco iba lleno y presenciamos una gran actividad al llegar, incluido un trasatlántico allí estacionado.
En el puerto nos recibió el Castillo Nuevo, una joya aparentemente bien conservada que se construyó en 1266. Fue sede real y centro de cultura (por allí pasaron, entre otros, Petrarca y Boccaccio); más tarde, durante el dominio aragonés, se transformó en una fortaleza militar.
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Castillo Nuevo, fortaleza situada en el puerto de Nápoles |
Su interior puede visitarse, incluidos los frescos de Giotto, e incluye la Capilla Palatina y el Museo Cívico, pero el día lo planeamos para callejear y tener una idea general de la ciudad ya que el tiempo era muy limitado. Así que en el mismo puerto nos montamos en un autobús turístico (26 euros), que hizo un recorrido doble tras lograr salir de la zona portuaria, lo que le costó. Primero se dirigió hacia el norte en dirección a la colina de Posillipo, por una avenida portuaria.
Siempre con vistas al mar, recorrimos la ampliación de la ciudad por esta zona, donde abundan las villas.
Había tráfico, pero alejándote de la zona central todo resulta más sencillo.
Eso sí, por los laterales acechaban en cada semáforo montones de coches y motos prestos a sumarse al complicado tráfico napolitano.
Encaramados a un monte, disfrutamos de la vista de la bahía, de la extensa ciudad y de parte de su cinturón metropolitano. Si bien Nápoles tiene un millón de habitantes, con los alrededores triplica esta cifra.
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Vista de Nápoles y del Vesubio desde Posillipo |
El día, excepcionalmente despejado, nos permitía sumar el Vesubio completo al paisaje. Tuvimos la sensación de que toda la costa norte de Nápoles está urbanizada, sin espacios libres. Algunas mansiones daban la impresión de estar directamente colgadas sobre el mar, lo que en un país en el que la costa puede privatizarse no nos extrañó.
Teníamos previsto visitar el Vesubio (y lo hicimos unos días después) confiando en que la jornada elegida fuera igual de transparente.
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Histórico castillo del Huevo, el más antiguo de Nápoles |
Poco después el autobús inició el regreso al centro, y de vuelta pasamos al lado del castillo del Huevo, la fortaleza más antigua de la ciudad, aunque su aspecto actual tiene poco que ver con lo que fue. Se levanta sobre un islote, justo en el lugar donde en el siglo VII a.c. colonos de otra urbe griega de Italia fundaron Parténope. Es, pues, el origen de la actual ciudad de Nápoles. A lo largo de los siglos en este peñasco ha habido sucesivas construcciones, desde la villa del político y militar Lucio Licinio Lúculo (siglo I a.c.), que unos siglos después sería fortificada. Tras numerosos acontecimientos, en el siglo XII, durante la etapa normanda, se construyó el castillo, que posteriormente sufrió numerosas modificaciones y reformas.
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Plaza de la Trinidad Mayor con la estatua de Carlos II |
Llegados al centro, decidimos bajar del autobús e ir a pie. Empezamos cerca de la fuente de Monteoliveto, en la plaza de la Trinidad Mayor, un recinto en el que sobresale la imagen del rey Carlos II en bronce sobre el alto y orlado pedestal que vigilan cuatro leones. Data de 1673.
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Iglesia de Jesús Nuevo, disimulada tras lo que parece un edificio civil |
A muy poca distancia se encuentra una fachada de lo que parece un llamativo edificio civil, pero en realidad es la iglesia de Jesús Nuevo. Es una de las más importantes de la ciudad y después hemos sabido que en su interior guarda una importante colección de pintura. Era el principio del paseo y pasamos sin intentar visitarla, en ese momento no sabíamos que era un templo.
No teníamos ningún plan preconcebido de paseo y, solo con la ayuda del GPS, nos fuimos moviendo, dejando prácticamente que la ciudad se nos apareciera.
Realmente no sabíamos ni por donde andábamos, no fue una visita preparada siguiendo un itinerario. Íbamos viendo lo que surgía, mayormente calles estrechas flanqueadas por edificios antiguos excesivamente altos. Era primera hora de la tarde de un sábado soleado y la luz se veía muy a lo alto.
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Maradona, una imagen habitual en Nápoles |
Más tarde atravesamos una zona de aspecto más canalla, estrecha, llena de bares y de locales con mostrador a la calle con comida para llevar. La larga Vía Tribunal parece ser un polo de atracción, con mucha gente paseando y en los bares y restaurantes, y las paredes abundantes grafitis de ídolos populares, caso de Maradona, que jugó en el equipo local entre 1984 y 1991. Como en Amalfi, pese a su estrechez y la gente que la atestaba, por allí culebreaban motos cada poco.
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Restaurante con decoración muy especial y realista en el techo |
En este ambiente popular encontramos este restaurante que ha incluido como decoración una señal de identidad de muchos barrios napolitanos, la ropa tendida en la calle. Sorprendente.
También este logrado retrato callejero de Dante.
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Iglesia de Girolamini, junto al Duomo |
Seguimos avanzando por esta zona antigua, en ocasiones degradada y siempre animada, y llegamos a calles más amplias, por las que terminamos frente al Duomo, la catedral napolitana mundialmente famosa por albergar los restos de San Genaro. Supuestamente, cada año se licua la sangre del santo, algo indiscutible para la fe de los napolitanos.
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Exterior del Duomo napolitano |
La fachada de la catedral de Napolés, construida de manera excepcionalmente rápida (15 años) en los primeros años del siglo XIV es sólida y majestuosa. No es la primera catedral de la ciudad, pues allí existía otra levantada en el siglo IV... y como casi siempre ocurre, se piensa que anteriormente era la ubicación de un templo de Apolo. La fachada, con tres portadas, queda un tanto deslucida por los edificios que la flanquean hasta aprisionarla, aunque hicimos las fotos en plan comerciales para que no perdiera realce. Eso mismo, edificios que comprimen grandes templos, lo vimos en otros sitios durante el viaje y hoy en día resulta inexplicable. Al estilo gótico inicial se añadió el barroco en sucesivas modificaciones. Es famosa la capilla del Tesoro, con estatuas de plata y numerosas joyas procedentes de donaciones de familias adineradas. Hay quien piensa que con las 21.000 joyas que acoge es más rico que el tesoro de la corona británica.
En esta capilla se encuentran las cápsulas con la sangre de San Genaro, que los 19 de septiembre se licua, y posteriormente se celebra una procesión por las calles de la ciudad.
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Nave central de la catedral |
Dentro, tiene unas dimensiones espectaculares: tres naves de 100 metros de longitud y 48 de altura, y numerosas capillas laterales. El techo, una vez más, con pinturas rodeadas de grandes molduras.
Recorrimos la catedral, por cierto de acceso libre, como en Sorrento (en Amalfi pagamos entrada), y también la cripta, donde están las reliquias de San Genaro.
Estábamos ya en una zona más moderna de Nápoles, con calles anchas, las principales del centro histórico. Y pronto desembocamos en la extensa plaza de Dante, donde comienza la Vía Toledo, arteria comercial clave.
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Plaza de Dante |
En el centro de la plaza se encuentra la estatua de Dante, en medio de un amplísimo espacio peatonal.
El recinto ha sufrido innumerables modificaciones, la última, reciente, en 2002, con la inauguración de la línea de metro.
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Obelisco de San Genaro |
Seguimos nuestra ruta ya por calles que se recorrían con más comodidad por su amplitud y estado de conservación, y pasamos junto al obelisco de San Genaro, un santo que en esta ciudad no es cualquier cosa.
En el tour bordeamos igualmente la iglesia de san Lorenzo, del siglo XIII, construida cuando en la ciudad había otros cinco templos dedicados a este santo. Junto al convento anexo, ha sido testigo de numerosos hechos históricos y de la presencia de Petrarca, que residió allí un tiempo.
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Museo de Arte Contemporáneo Donnaregina |
En el transcurso del paseo nos topamos con el Museo de Arte Contemporáneo Donnaregina, en el que nos facilitaron acceder sin pago alguno. No disponíamos de mucho tiempo, pero dimos una vuelta por la planta baja. Llamativo.
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Galerías comerciales Humberto I |
Después de recorrer la Vía Toledo un buen rato, de callejear por lugares atractivos, de pasar junto a una sede de Correos mastodóntica de la época musoliniana, terminamos en las galerías Humberto I. De inmediato nos recordó a las muy famosas Vittorio Emanuele de Milán, ambas impresionantes.
Es una manzana con dos calles interiores en cruz griega, cubiertas y acristaladas, generando un amplio recinto para las compras y el ocio. Construidas entre 1887 y 1890, para edificarlas hubo que derribar una serie de callejones y edificios con pésimas condiciones higiénicas, donde se habían sucedido epidemias de cólera. El inmueble resultante utiliza mayormente vidrio e hierro en su cubrición, y un tono clásico con carácter general.
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No sabíamos si el camarero echaba pestes de los turistas, o lo contrario |
En este elegante y cuidado entorno decidimos tomar un café y un bollo para solazarnos y de paso hacer tiempo hasta la salida del barco de regreso a Sorrento. Todo bien, con la peculiaridad de un camarero digamos que igualmente peculiar, que primero no nos atendía por ser su rato de descanso, luego ya sí pero haciendo comentarios para él solo aludiendo a los turistas. No nos quedó claro si estaba molesto o era simplemente su forma de ser. La factura, lo normal en un recinto tan finolis.
De vuelta a Sorrento no tuvimos fácil encontrar un sitio para cenar al ser un poco temprano. Tras varios intentos recalamos por el centro en un restaurante argentino que tampoco fue un éxito. La camarera se puso a platicar con una visita dejándonos de lado ("es algo urgente"). Tras reclamar atención a la media hora, todavía tardó en atendernos. La comida, escasa y cara, un pequeño fiasco el conjunto. Pero ya se sabe que no siempre se acierta. Unas por otras.
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